Mezquitas e iglesias, aviones y trenes, escuelas, instalaciones militares, salas de espectáculo y mercados, prisioneros y rehenes, policías y viandantes, cristianos y judíos, ateos, hinduistas, yazidíes y musulmanes, sobre todo musulmanes: los objetivos de la furia yihadista son múltiples y nadie puede sentirse a salvo. Los ataques se han producido en Estados Unidos y en Europa, en Oriente Medio y en África del Norte, en Nigeria y en Somalia, en Asia central, en el subcontinente indio y en Indonesia. Más de 170.000 personas han sido asesinadas en este siglo en nombre de la yihad por quienes, sin embargo, violan los principios básicos que tradicionalmente han caracterizado a la verdadera yihad: una guerra defensiva proclamada por un gobernante legítimo y cuyos combatientes evitan la violencia contra los civiles. Se proclaman muyahidines, pero voces islámicas de gran prestigio han condenado sus actos como contrarios a los principios básicos del islam. Hemos dado en llamarles “yihadistas”.




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